Soberanía     Democracia

       

                         Los pilares del Estado  

 

 

INTRODUCCIÓN A LA TESIS DOCTORAL SOBRE LA DEMOCRACIA

 

  Una de las cuestiones que difería en el tiempo al concluir mi Tesis Doctoral sobre la soberanía, era el posible encaje de la figura de la representación política, en su actual configuración, en los modelos sobre la titularidad de la soberanía que ensaya Jean Bodin[1]. Bodino ve factible el traspaso de la titularidad de la soberanía entre distintos sujetos, pero, al no contemplar la inclusión de la ficción representativa, nos surgía la duda si, en aquellos sistemas políticos en los que el pueblo no participa directamente en la toma de decisiones y lo hace por medio de unos representantes libremente elegidos, pudiera este haber perdido su condición de sujeto titular de la soberanía en beneficio de otro ente. Afrontar esta tarea y especular sobre posibles respuestas, es algo que, desde entonces, siempre ha estado en nuestro ánimo y ha sido causa destacada en la motivación de este trabajo. 

  Con este propósito nos dispusimos a indagar en la historia y teorías de lo que conocemos por democracia para tratar de establecer los posibles encuentros y desencuentros entre las distintas y diversas maneras en las que se suele poner de manifiesto la práctica democrática. Pretendíamos ver si pueden gozar de igual convicción y legitimidad, cualquiera de estos tres modelos en los que se suele encuadrar el ejercicio de la democracia:

Democracia directa: Cuando en un mismo ámbito político, las decisiones se toman por todos los ciudadanos en participación directa.

Democracia participativa: Cuando en un mismo ámbito político, las decisiones se toman por medio de unos representantes, elegidos libre y periódicamente por todos los ciudadanos, pero se acude a la participación directa de todos para la toma de determinadas decisiones.

Democracia representativa: Cuando en un mismo ámbito político las decisiones son tomadas por unos representantes, elegidos libre y periódicamente por todos los ciudadanos.

  Pero al pronto de su inicio, surgieron nuestras primeras dudas. Si como nos advierte Sartori, “no sabemos a qué se aplica la democracia, o bien a qué no se aplica”[2], se deberán entender lógicas nuestras vacilaciones sobre cómo, y por donde, emprender la tarea que nos habíamos propuesto.

  Se pregunta este autor de donde se recaban empíricamente las propiedades o características de los sistemas democráticos, y responde que, obviamente, de las democracias que observamos, que existen. Y es entonces cuando arreciaron más nuestras dudas al considerar, precisamente, el argumento en que fundamenta su respuesta: “Pero si no hemos decidido que sistemas son o no son democráticos entonces no podemos decidir cuáles son sus propiedades características. Y así es como en los últimos cincuenta años se ha podido hacer pasar por democracia todo o casi todo”[3].

  ¿Estábamos, pues, ante un problema indisoluble? Quisimos pensar que no. En nuestra opinión, los detalles que nos pudieran conducir a una posible solución los podríamos encontrar adentrándonos en los hechos, ideas y teorías que pudieron incidir en el origen de las primeras democracias. Es decir, examinado los hechos y las circunstancias sociales, ideológicas y políticas que dieron lugar a la quiebra de unos regímenes políticos en los que el pueblo apenas tenía un papel secundario, para dar paso al advenimiento de otros nuevos y distintos en los que vendría a ser su principal protagonista, primero en la Grecia antigua y, siglos más tarde, en lo que llamaremos el “resurgir de la democracia”.

  Sería este un análisis, pensábamos, que debiera responder al cómo, cuándo y por qué, en unos regímenes políticos en los que el poder es ejercido por una, o por un reducido número de personas, de momento, surgen intentos de compartir el poder que ostentan y desplazarlo a toda o a la mayor parte de quienes componen el pueblo en su territorio. Investigación que podría conducirnos al hallazgo de algunos indicios que debieran servir de ayuda en la búsqueda de algunas características que nos aproximaran a la idea de una posible conceptualización de lo que se debiera entender al hablar de la democracia. Pero, al abordar esta idea, se suscitaba otro interrogante, al considerar que, “la democracia es un concepto, una abstracción, un término que carece de un significado único, preciso y comúnmente aceptado”[4]. Un concepto, dice Arblaster, que a lo largo de la historia ha tenido significados y connotaciones muy distintas y que hoy se entiende de manera muy diferente en función del contexto social y económico en el que nos situemos.

  En una línea similar se pronuncia David Held, calificando de curiosa y enigmática la historia del concepto de democracia. Le sorprende a este autor el hecho de que, “muy diversos regímenes políticos en todo el mundo se describen a sí mismos como democracias, cuando, lo que cada uno de estos regímenes dice, y lo que hace, es radicalmente distinto”[5].

  A tenor de un sentir mayoritario reflejado en la opinión de estos autores, nos preguntábamos: si tan improbable y difícil resulta acercarse a una aproximación al significado del término democracia y enumerar alguna posible característica, ¿hacia dónde deberíamos dirigir nuestras indagaciones sobre algo que, a priori, parecía imposible identificar y describir?

  Pensamos entonces en reorganizar la orientación de nuestro trabajo y dirigir nuestro esfuerzo a tratar de dilucidar si, eso que conocemos por democracia, pudiera considerarse una realidad práctica, una teoría por concluir o un ideal por conseguir. Pero también, al adentrados en nuestra labor de investigación observamos las dificultades para poder contrastar la posible praxis de algo, la democracia, que no sabíamos muy bien cómo definir y caracterizar, y que, por tanto, impedía acercarnos, si quiera, a una posible aproximación de su realidad práctica. Algo similar, e incluso más complejo, nos ocurría en nuestro intento de desvelar si pudiera existir una explicación teórica, aunque fuera sin concluir, respecto a la democracia, al no poder constatar resultados concluyentes, y mayoritariamente aceptados, de los posibles intentos dirigidos a tal fin. Igual nos sucedía al intentar ver si la democracia pudiera considerarse como un ideal por conseguir, pues, al acometer esta tarea, seguíamos tropezando con el inconveniente de no poder constatar, ni su posible definición, ni sus potenciales características.

  Nuestras reflexiones apuntaron entonces en la dirección de escrutar posibles premisas sobre esta cuestión que pudieran gozar de una general aceptación, y que ofrecieran pocas dudas al estar libre de discordancias. Admitiendo que, aun en la resolución que nos disponíamos a tomar, pudieran surgir voces discrepantes, nos inclinamos por acudir a la propia etimología del término democracia. El Diccionario de la Lengua Española, editado por la Real Academia, nos dice que el termino democracia proviene: “Del lat. Tardío, democratĭa, y este del gr. δημοκρατία dēmokratía”. Y si a esto añadimos que el vocablo δημοκρατία, se compone de los términos δῆμος (démos), 'pueblo', y κράτος (krátos), 'poder' o 'gobierno'), tendremos que, en función de su etimología, democracia vendría a ser el poder o gobierno del pueblo. Así parece que se entendía también en la antigua Grecia y, aun con todas las connotaciones con las que, Platón[6] y Aristóteles[7], adjetivaron sus alusiones al término democracia, lo cierto es, que lo identificaban con el gobierno del pueblo o de los muchos.

  Con esta idea, y pensando en ser positivos, nos replanteamos un nuevo plan de trabajo, adoptando la posible acepción, “gobierno del pueblo”, para el término democracia, como eje principal sobre el que debiera pivotar, finalmente, nuestra Tesis, tomando además en consideración todo cuanto a su alrededor y posible vigencia pudiéramos descubrir. Así, tratamos de convertir nuestra primigenia inquietud en un esfuerzo por dilucidar cual puede, o ha podido ser, la realidad de la democracia, esto es, si en una democracia, incluido el caso de una democracia que se dice representativa, la que desde el principio nos preocupaba, es el pueblo quien gobierna y rige su propio destino, o lo hacen otros por él.

  Una interesante idea, a modo de recomendación para iniciar este cometido, nos la proporciona Anthony Arblaster: “cualquier estudio de lo que es la democracia, cualquier intento de descubrir su esencia o significado, debe por fuerza ser un estudio histórico, al menos en parte”[8]. Aceptada su propuesta y para no divagar en exceso, nos planteamos establecer unas delimitaciones espaciales y temporales por las que debiera discurrir nuestra línea de trabajo.

   Dice Giovanni Sartori que el término democracia “aparece por primera vez en Herodoto y significa, traducido literalmente del griego, poder (kratos) del pueblo (demos). Pero desde el siglo III a.C. hasta el siglo XIX la democracia ha sufrido un largo eclipse”[9]. En apenas tres líneas, este autor nos resolvía en parte nuestro dilema. Coincidiendo con él, fijamos un primer escenario espacial en la antigua Grecia, y para establecer un posible espacio temporal en ese escenario, tomamos como referencia inicial mediados del siglo V a.C.[10] para, remontándonos años atrás, tratar de inquirir en los posibles orígenes del sistema político de la democracia. Tras detenernos después en los momentos de mayor esplendor de la misma, finalizamos esta inicial etapa con el declinar de la democracia griega allá por el siglo III a.C.

  Apunta también Sartori un largo eclipse de la democracia en el que se oscureció, o permaneció “oculta” para, después de largos siglos, culminar en un inquietante resurgir en el siglo XIX, aunque, en opinión de otros autores, no fue este un eclipse total. Tal es el caso de Joaquín Abellán[11] quien apunta que la democracia griega, como idea, es algo que parece haber estado siempre en el recuerdo y, como régimen político, florecerá de nuevo en el siglo XIX al germinar la semilla esparcida tiempo atrás por ciudades y países de la cultura occidental.

  Sobre este nuevo resurgir de la democracia, algo más concreto parecer ser Arblaster, aunque recomienda “no ser dogmático con respecto a los inicios precisos de la política y del pensamiento moderno”[12]. Dos referencias nos ofrece este autor que nos han servido de ayuda para establecer unos posibles escenarios tanto espaciales como temporales. La primera de ellas apunta a la Reforma Protestante que, en su opinión, dio aire a la propagación de un igualitarismo social y a divulgar teorías que ponían en cuestión la legitimidad y obediencia a las instituciones de gobierno establecidas. Por otro, fija un referente en las instituciones y costumbres que se desarrollaron en países y épocas en los que arraigó el feudalismo, como fueron las asambleas, que se convocaban en ciertos Estados, conformadas por la aristocracia, el clero y el pueblo llano.

  Superada esta etapa, nos adentramos luego en la del resurgir de la democracia, deteniéndonos y fijando detalladamente nuestra atención, en tres de los acontecimientos que dejaron especial huella en la historia del mundo moderno y que, con sus protagonistas e ideas, marcaron el rumbo y las pautas para conformar y consolidar los actuales regímenes políticos. Nos estamos refiriendo a La Gloriosa Revolución inglesa de 1688 y los acontecimientos que le siguieron, la llamada Revolución americana que desembocó en la Independencia de los Estados Unidos de América y, como punto final, y quizás el de más repercusión y trascendencia, la Revolución francesa.

  Lo primero que hicimos para comenzar a indagar sobre el origen de la democracia y sus posibles antecedentes en la Grecia antigua, fue despejar la duda sobre las fuentes a las que habríamos de acudir para nuestro propósito. Ardua tarea si atendemos a lo que comenta David Held, a quien le sorprende el hecho de que, en los tiempos pretéritos de la Grecia antigua, no encontremos un teórico de la democracia a cuyos escritos poder recurrir para saber de las ideas que preexistieron y se reflejaron luego en la polis democrática clásica. Los conocimientos que de esta cultura tenemos, dice, provienen de fuentes tan diversas como fragmentos de obras, el trabajo de la oposición crítica y los descubrimientos de historiadores y arqueólogos[13].

  Considerando las apreciaciones de Held sobre la falta que advierte en los pretéritos tiempos de referencias directas de algún teórico de la democracia, y reparando en lo que, sobre cuestión análoga, nos advierte el profesor Rodríguez Adrados[14] y revalida un teórico del Estado como George Jellinek[15], valoramos la idea de no limitarnos en nuestro estudio a contemplar exclusivamente las teorías platónicas y aristotélicas y, remontando su contemporaneidad, tratamos de buscar otras fuentes, en un intento de encontrar posibles indicios que nos aportaran otros vestigios sobre el germen de la democracia en la antigua Grecia.

  Un primer apunte sobre el germen democrático en Grecia lo encontramos en R. K. Sinclair, quien refiere las diferencias que, sobre el origen de la democracia, tenían los atenienses de la segunda mitad del siglo V y los del IV a.C. “Para algunos, sus orígenes se remontaban incluso a la época de su legendario rey Teseo, pero para la mayoría una figura clave fue Solón, legislador de finales de los años 590 a.C.”[16].

     Y una ayuda muy valiosa para saber de las posibles causas que desencadenaron la crisis de los regímenes aristocráticos y abocaron el advenimiento del gobierno de Solón, la encontramos en la parte histórica que Aristóteles incluye en su Constitución de Atenas, donde comenta que la constitución de la época era oligárquica y que los pobres y sus familias eran esclavos de los ricos. Toda la tierra estaba en manos de unos pocos y, si no pagaban sus rentas, podían ser reducidos a la esclavitud ellos y sus hijos también.

  Estos y otros hechos, según escribe Aristóteles, sucedían al amparo de las leyes vigentes, sin que la clase gobernante hiciera nada por remediarlos, dando lugar a que la clase oprimida, la mayor parte del pueblo, se levantara contra los dirigentes. Salvo alguna discrepancia, la opinión mayoritaria en la Grecia clásica sostenía la tesis de que fueron las reformas de Solón las que dieron lugar al origen y germen de la democracia. En esa onda debía estar también Aristóteles al señalar las tres cosas más democráticas que tiene el gobierno de Solón[17].

  Pero aun siendo importante los comentarios de la cita aristotélica, decidimos no entrar, por el momento, a desgranar el análisis de su contenido pues, lo que en principio polarizaba nuestra atención, no era tanto profundizar en las características que este autor clásico destaca sobre la democracia, como el hacerlo en las fuentes que maneja para el fundamento de las mismas. Así, nuestro interés primordial se centró en tratar de descubrir cuál pudo ser el origen de los fundamentos que maneja Aristóteles para llevarle a calificar de democráticas alguna de las acciones del gobierno de Solón.

  Una ayuda para encontrar el camino a seguir en este nuestro propósito, la encontramos en las inferencias de Rodríguez Adrados. En su opinión, la reflexión política nace en el momento de la crisis de los regímenes aristocráticos, dando lugar a los precedentes de la teoría política de la democracia que podemos encontrar figurados en las obras de poetas como Hesíodo, alineado con las clases oprimidas, frente a otros como Píndaro y Teognis, defensores de las clases dirigentes. La teoría política de la democracia, concluye este autor, “encuentra precedentes claros en el pensamiento de los poetas y filósofos de siglos anteriores y deja luego una estela perdurable no sólo en el Platonismo, sino también en todo el movimiento conocido con el nombre de Humanismo”[18].

  Abunda este autor en la reciente coincidencia de la doctrina sobre la utilización de los textos literarios para adentrarse y mejor conocer la historia de las ideas. Así también lo hicimos nosotros en esta primera aproximación al conocimiento de la democracia griega, confiando en la ayuda que nos debían proporcionar sus conclusiones al respecto: “En la poesía griega de la época arcaica encontramos todos los temas y problemas de la filosofía posterior, pues el poeta, que, sea Homero o Hesíodo, Sófocles o Píndaro, se considera inspirado por la divinidad, es el sabio por excelencia y es tenido unánimemente como maestro de su pueblo”[19].

  Nuestro interés en la gestación y el proceso de consolidación de la democracia en la Grecia antigua, no estuvo tanto, aunque algún detalle apuntamos, en conocer en hondura sus instituciones y procedimientos de gobierno, como en intentar descubrir las probables causas gestantes de la democracia; la presunta motivación de quienes lo llevaron a cabo haciéndolo posible y, sobre todo y en especial, intentábamos ver si lo hechos precedieron a las teorías o, por el contrario, pudieron ser éstas las que condujeron a los hechos, en cualquiera de los dos casos, su ponderativo análisis nos fue de gran ayuda en un intento de aproximación al propósito que perseguíamos.

  Pretender encontrar un nexo de continuidad entre el declive y final de la democracia en la Grecia antigua y su resurgir siglos después, fue cuestión altamente difícil, por no decir imposible, dado el largo periodo de tiempo transcurrido entre ambos momentos. Este largo eclipse comenzaría a remitir tímidamente entre los siglos X y XV, con la aparición en Italia de las llamadas ciudades-república, donde vería la luz un novedoso pensamiento político con argumentos a favor de la implantación de gobiernos autónomos independientes que, aun con notables diferencias, dejaban ver ciertas similitudes con las ciudades estado de la antigua Grecia. Los primeros signos palpables de la remisión vinieron a aparecer con la decadencia y caída del Imperio romano y las iniciales irrupciones invasoras de los pueblos del norte. Con la reiteración y el auge de éstas, los plenos poderes de los que gozaba el rey entrarán en una nueva fase con la aparición del feudalismo, al tener que depender de los señores feudales para salvaguardar sus territorios.

  Fue éste un sistema social y político caracterizado por el predominio de los vínculos de dependencia en las relaciones personales, que venían derivadas, bien de una relación señorial, bien de un pacto denominado “feudo”, fórmula a la que se acogían las concesiones de tierras, derechos o funciones públicas y por la que el concesionario se obligaba a guardar fidelidad al concedente y a la contraprestación de unos servicios. Era esta una situación de dependencia que sujetaba al hombre a su señor y que se interponía entre la mayor parte de los súbditos y la monarquía que encarnaba el Estado. Según la relación feudal, “la voluntas real no constituía por sí sola la fuerza material de la ley, sin el consentimiento – explícito o implícito – que daban a ella los feudatarios directos del rey”[20].

  Los momentos decisivos para la remisión del eclipse democrático llegarían con la Reforma protestante que produciría un cambio radical en la forma de actuar de la propia autoridad terrenal. De ahí, que diversos autores hayan propuesto que, “dado que para el mejor funcionamiento de una democracia resulta imprescindible garantizar el derecho a discrepar y la libertad de expresión, resultaría admisible afirmar que el protestantismo supuso un paso, y no pequeño en la instauración de las democracias occidentales”[21].

  Fue el tiempo de la aparición de un novedoso movimiento cultural, el Renacimiento, que, predicando la emancipación de la razón, traerá consigo una profunda renovación de las artes y las ciencias, así como una manera propia de pensar y contemplar el universo. Será un tiempo en el que van a surgir eminentes pensadores e investigadores que transformarán toda la ciencia y el saber conocido hasta entonces. Sus descubrimientos, teorías e ideas, revolucionarán de algún modo la sociedad y la cultura de su tiempo. Será esta una nueva forma de mirar la vida con alcance incluso a la vida política, hasta el punto que, su repercusión quisiera alumbrar un resurgir de la democracia, aunque pareciera hacerlo solapada, de alguna manera eclipsada, por unos movimientos reformadores que, en sus inicios, solamente buscaban restar parcelas de poder a la hegemonía real.

  Las ideas de una nueva corriente de pensamiento, el Humanismo, que comienza a extenderse por toda Europa, relegan de alguna manera las hasta entonces imperantes teorías escolásticas. En los principales centros culturales, se comienza a leer y comentar las grandes obras clásicas en la lengua en que fueron escritas. El pensamiento humanista, ya afincado en las clases elitistas de gran parte de los países del Occidente europeo, fue prendiendo paulatinamente en la cultura popular, aunque no de forma homogénea en cuanto a su expansión geográfica.

  Prestamos una atención especial al periodo llamado de la Ilustración, tratando de penetrar en la doctrina y pensamiento de figuras tan importantes como las de Descartes, Hobbes, Bayle y, sobre todo, intentamos desmenuzar las teorías de Spinoza y la posterior repercusión de sus ideas que, en opinión de Atilano Rodríguez, “han contribuido poderosamente a sentar las bases teóricas e incluso prácticas de nuestras democracias”[22].

  Las disertaciones sobre la ética y la política evidenciaban en su desarrollo un cierto desorden, pero lo que sí algo es común a todos los pensadores encuadrados en el tiempo de la Ilustración, según la opinión de Isaiah Berlin, “es la noción de que la virtud reside, en definitiva, en el conocimiento; de que si sabemos lo que somos y lo que necesitamos, y sabemos dónde obtenerlo, y lo hacemos por los mejores medios a nuestra disposición, podemos llevar una vida feliz, virtuosa, justa, libre y satisfactoria”[23].

  Al igual que hoy, no se encontraban respuestas claras a cuestiones como cuál era la mejor manera de vivir; si es preferible la república a la monarquía; si es lo suyo obedecer a las élites de especialistas o se tiene el derecho a seguir las opiniones propias sobre lo que hay que hacer o, finalmente, si debía entenderse la opinión de la mayoría como lo mejor para la vida política.  

  Aparecieron aquí las dudas sobre donde fijar el punto de inicio en la historia para ver de conocer los primeros vestigios que apunten a un renacer de la democracia. Para ver de disiparlas acudimos de nuevo al profesor Rodríguez Adrados, quien destaca que la democracia griega, como idea, fue dejando recuerdos en la memoria de todos pero, “como régimen político hubo de esperar algo así como mil quinientos años para hacerse otra vez realidad política en ciudades italianas, alemanas y en suiza, ya en el siglo XV, luego en Inglaterra y Estados Unidos en el XVII y XVIII[24].

  Pero el hecho de que la idea de la democracia griega perdurara en la memoria de muchos a lo largo del tiempo, no debiera dar lugar a que se considere la democracia moderna directamente relacionada la que se dio en la antigua Grecia[25], más bien parece ser todo lo contrario. En opinión de Ignacio Sotelo, catedrático emérito de la Universidad Libre de Berlín, no hay una continuidad entre la democracia griega y la moderna[26].

  Con estas consideraciones, y al igual que hicimos al tratar el punto de la democracia en la antigua Grecia, encaminamos nuestra tarea inicial a despejar la duda sobre las posibles fuentes a manejar para fijar el escenario temporal del que tendríamos que partir en nuestro propósito de establecer los hechos y teorías que precedieron y dieron lugar al germen que habría de conducirnos al momento cumbre en el resurgir de la democracia.

  Como también hicimos en el caso de Grecia, profundizamos en el estudio de esas fuentes para cotejar las circunstancias sociales, ideológicas y políticas, a la vez que contrastamos los hechos, ideas y teorías que precedieron y dieron lugar al resurgir democrático, en un intento de establecer posibles características que nos pudieran ayudar en una aproximación a una definición de la democracia que completara y perfeccionara lo que pudiéramos haber deducido para el caso de Grecia.

  Una ayuda para avanzar en esta etapa nos la proporcionó Macpherson. Dice este autor que, en la Edad Media, “no se encuentra, ninguna teoría de la democracia, ni ninguna exigencia de derecho democrático de voto”[27]. Los eventuales levantamientos populares de esa época, aclara, no hay que asociarlos a comportamientos relacionados con el voto democrático pues el poder, en esos tiempos, no se ejercía por órganos electivos. Los disturbios o rebeliones que ocurrieron en la Jacquerie de París (1358), los Ciompi de Florencia (1378), y la Revuelta de los Campesinos de Inglaterra (1381), lo que perseguían, dice, “era una nivelación de las posiciones sociales, y a veces una nivelación de la propiedad, y no una estructura política democrática”[28].

  En los siglos XVI y XVII se pueden encontrar algunas teorías democráticas explícitas, particularmente en Inglaterra, donde se distinguen dos corrientes: una con base en una sociedad sin clases, y otra con base en una sociedad de una sola clase. De las utopías democráticas de esos siglos, destaca Macpherson, la Utopía de Moro (1516) y La Ley de la Liberta de Winstanley (1652). Finalmente, refiere este autor algunas teorías importantes a las que se suele calificar de democráticas, citando a figuras relevantes como puedan ser Rousseau y Jefferson.

  En este punto, hemos atendido también las advertencias que ya recogíamos de Anthony Arblaster, quien recomienda no ser dogmáticos al precisar los inicios de la política y el pensamiento democrático e insistiremos en dos hechos que, en su opinión, no hay que obviar en la evolución de la democracia moderna: “el igualitarismo inherente a la Reforma Protestante y la herencia ideológica e institucional del feudalismo” [29].

  Partiendo de estas iniciales fuentes, profundizamos, y ésta ha sido una parte importantísima de nuestro trabajo, por no decir la más transcendente, en los hechos, ideas y teorías que surgieron alrededor de tres de los episodios históricos que han marcado el devenir político del mundo occidental moderno: La Revolución inglesa, La Revolución norteamericana y la consiguiente Independencia de los Estados Unidos de América y la Revolución Francesa.

  De la experiencia inglesa nos remontamos a la trascendencia que tuvo la promulgación de la Carta Magna en el año 1215, para seguir después, en el siglo XVI, con los primeros enfrentamientos entre el Parlamento y la monarquía. Nos hemos detenido en dos acontecimientos trascendentales para la historia de Inglaterra, la circunstancial república de Cromwell y lo que se ha dado en llamar la Gloriosa Revolución de 1688. Proseguimos, luego, tratando de discernir las ideas sobre el poder que expusieron personajes tan influyentes como Robert Filmer y, de manera especial, intentamos profundizar en el conocimiento de las teorías de John Locke, que tuvieron notable influencia y repercusión en el pensamiento político y social, tanto de su época como en el de las generaciones posteriores. Sus teorías sobre el origen y formación de las comunidades políticas, qué duda cabe, incidieron de manera significativa en los acontecimientos que sucedieron en las colonias inglesas en Norteamérica: “lo que origina y de hecho constituye una sociedad política cualquiera, no es otra cosa que el consentimiento de una pluralidad de hombres libres que aceptan la regla de la mayoría y que acuerdan unirse e incorporarse a dicha sociedad”[30]

  En cuanto a la Revolución norteamericana hemos de significar que el periodo colonial no sólo está considerado como un periodo pionero, sino también como el periodo fundacional de los Estados Unidos. La inmigración, en sus primeras etapas, fue principalmente de origen inglés, mezclados con escoceses, irlandeses y alemanes, pero, previamente, hemos puesto nuestro interés en indagar sobre las relaciones que tuvieron, y los hechos acaecidos, entre estos primeros colonos y la población indígena.

  Tratamos de ver como se fue desenvolviendo el desarrollo y la organización socio-política de las colonias en los territorios norteamericanos, adelantando un hecho que viene a dar práctica a las teorías sobre el pacto fundacional de una sociedad política y de su gobierno popular, el conocido como pacto del “Mayflower”, nombre del barco en que viajaban cerca de un centenar de colonos y que se perdió por las costas de Massachusetts.

 

  Lo que fue ocurriendo en la relación de estas colonias con el gobierno de la metrópoli inglesa lo hemos ido viendo a través de los hechos más destacados, pero nuestra atención principal se ha centrado en las Declaraciones de Derechos que se fueron formulando por las Asambleas establecidas en cada una de las colonias. Examinamos con atención la promulgada en Virginia, en la que se inspirarían gran parte de las demás, y que se vería reflejada poco tiempo después en la Declaración de Independencia, de la que también hemos visto los aspectos más importantes en su relación con las posibles teorías e ideas que la inspiraron. Destacar el principio de soberanía popular que consagra el Artículo II de la Declaración de Derechos del buen Pueblo de Virginia: “Que todo el poder reside en el pueblo, y por consiguiente, de él se deriva: que los magistrados son sus mandatarios y servidores, y en todo tiempo responsables ante él”.

  Ya para finalizar, abordamos uno de los acontecimientos históricos que más trascendencia ha podido tener para el mundo moderno por su repercusión en las trasformaciones de los sistemas políticos occidentales, nos referimos a la Revolución francesa. No nos detendremos ahora en el relato de los numerosos e importantes hechos que acontecieron, ni en recordar a quienes, de manera más relevante, intervinieron e incidieron en el desarrollo de estos acontecimientos: políticos, militares, escritores, filósofos. Pero si hemos de resaltar que mucho de lo que allí sucedió no hubiera sido posible sin la confluencia de las masas populares que, lideradas e influenciadas por decididos activistas políticos, provocaron el declive del “antiguo régimen” y pusieron los cimientos de los modernos sistemas políticos occidentales.

  Fue esta una revolución que, en opinión de Daniel Mornet, encajaría perfectamente en ese modelo de revoluciones en las que, “si no la mayoría, al menos una muy amplia minoría, más o menos ilustrada, concibe los defectos de un régimen político, las reformas profundas que anhela, luego arrastra poco a poco a la opinión pública y llega al poder más o menos legalmente; las masas siguen porque, al menos de una manera vaga, están preparadas para comprender y preferir las ideas en cuyo nombre se realiza la revolución”[31].

   Sin dejar de lado los hechos más relevantes, hemos fijado nuestra atención en la implantación y funcionamiento de los órganos revolucionarios, observando especialmente los debates y resoluciones que tuvieron lugar en su seno. Nuestra perspectiva analítica ha estado orientada hacia el quehacer y la forma de actuar, tanto de los dirigentes revolucionarios, como de las masas populares y, de manera singular, hemos querido profundizar en la evolución de la figura de la representación para ver de aproximarnos al funcionamiento de las instituciones de una democracia representativa como la que allí se trató de implantar. Hemos fijado especial atención en el protagonismo del pueblo en este proceso con el fin de ponderar la incidencia de su actividad política en la toma de las decisiones de gobierno, en un intento de determinar si era este quien detentaba y ejercía el poder, o pudiera haberse comportado como un mero signatario, limitándose a refrendar las decisiones que otros tomaban.

  Tras la revisión y análisis de los inicios, auge, culminación y decrépito de la Revolución francesa, hemos dado por concluida nuestra inclusión en este resurgir de la democracia, pues querer proseguir con el devenir que después tuvo el posible gobierno del pueblo en los sistemas políticos democráticos, sería tarea que necesitaría mucho más que el tiempo y espacio que se puede y debe dedicarse al trabajo de una Tesis Doctoral.

 

NOTAS

 

[1] “Si la soberanía reside en un solo príncipe, la llamaremos monarquía; si en ella participa todo el pueblo, estado popular o democracia, y si la parte menor del pueblo, estado aristocrático”. Jean Bodin, en Los seis libros de la República, en Tecnos (Madrid 1992) 87.

[2] Giovanni Sartori, en Democracia: en “Elementos de Teoría Política”, en (Alianza, Madrid 1999) 68

[3] Ibídem 68

[4] Anthony Arblaster, en Democracia, en (Alianza, Madrid 1997) 10

[5] David Held, en Modelos de Democracia, en (Alianza, Madrid 2007) 19

[6] “EXTR. - La tercera forma de régimen político ¿no es el gobierno de la muchedumbre, que recibe el nombre de «democracia»? J. SOC. - Muy cierto (…) EXTR. - En cuanto a la democracia, por su parte, es seguro que si la muchedumbre gobierna a quienes poseen fortuna, imponiéndose por la fuerza o con la aceptación voluntaria de los súbditos, sea que respete celosamente las leyes. sea que no lo haga, de todos modos nadie suele cambiarle el nombre. J. SOC.- Es verdad”. Platón, en Político, en “Diálogos”, en Gredos (Madrid 1990) 577-578.

[7] “…y democracia es cuando el pueblo tiene la soberanía”. Aristóteles, en Política, en Alianza (Madrid 1997) 121.

[8] Anthony Arblaster, (o. c. nota 4) 16.

[9] Giovanni Sartori, (o. c. nota 2) 29.

[10] “Democracia es un término que se empezó a utilizar en Atenas, a mediados del siglo V a. C., para denominar su sistema político, un sistema basado en que todos los ciudadanos participan por igual en el desempeño de los cargos públicos. No obstante, este sistema de gobierno del pueblo había empezado a desarrollarse con anterioridad, aunque no había sido denominado democracia. El nombre con el que se conocía la igualación de derechos de participación política era el de isonomía”. Joaquín Abellán,en Democracia, en (Alianza, Madrid 2011) 23

[11] “La democracia, como idea, dejaba recuerdos gloriosos que en alguna medida todos asimilaban. Como régimen político hubo de esperar algo así como mil quinientos años para hacerse otra vez realidad política en ciudades italianas, alemanas y suizas, ya en el siglo XV, luego en Inglaterra y Estados Unidos en el XVII y XVIII”. Joaquín Abellán, en “Democracia antigua y moderna”, en Luis A. García Moreno y Gabriel Tortella (eds.) La democracia ayer y hoy, (Gadir Editorial 2008, Madrid) 50

[12] Anthony Arblaster, (o. c. nota 4) 45.

[13] David Held, (o. c. nota 5) 34.

[14] “Las exposiciones de la teoría política griega suelen comenzar por Platón, incluyendo todo lo más, a manera de precedente algunas breves noticias sobre sofística. Pero Platón representa en suma, una reacción frente a algunas de las teorías políticas que le precedieron, que se doblan con una marcha de la vida política ateniense de la que el filósofo discrepaba profundamente (…) Platón no es más que la culminación de una larga serie de pensadores políticos a los que trata de perfeccionar en unas cosas, de refutar en otras; es también una reacción contra un estado de cosas de la vida de Atenas”. F. Rodríguez Adrados, en La democracia ateniense, en (Alianza, Madrid 1988) 18

[15] “Se olvida que ambos pensadores (Platón y Aristóteles) construyen teorías que aun hoy están por realizar. Tener la doctrina platónica y aristotélica como la expresión adecuada de la esencia del Estado griego, sería científicamente igual que tratar de explicar el Estado alemán, por la observaciones que nuestros filósofos Kant, Fitche y Hegel han hecho acerca de las cuestiones fundamentales de las doctrinas del Estado, Finalmente no se tiene en cuenta que la suerte ha preservado de la desaparición precisamente, las obras de los dos mayores pensadores griegos, en tanto que ha desaparecido una rica literatura política de otras escuelas”. George Jellinek, en Teoría General del Estado, en (Editorial Comares, Granada 2000) 288.

[16] R. K. Sinclair, en Democracia y participación en Atenas, en (Alianza, Madrid 1999) 16

[17] “Al parecer éstas son las tres cosas más democráticas que tiene el gobierno de Solón: lo primero y principal el prohibir los préstamos a interés ofreciendo como garantía la propia persona; en segundo lugar, la posibilidad de reclamar a voluntad aquellas cosas en que uno hubiere sido perjudicado; y, en tercer lugar, aquello en que dicen que sobre todo consiguió el pueblo su fuerza, a saber, apelación al tribunal; pues, al ser el pueblo soberano en los votos, viene a ser señor del gobierno”. Aristóteles, en Constitución de Atenas, en (Aguilar , Madrid 1966) 42-43.

[18] F. Rodríguez Adrados, (o. c. nota 14) 21-22.

[19] Ibídem 31

[20] Walter Ullmann, en Principios de gobierno y política en la Edad Media” en, Alianza, Madrid 1985) 155

[21] Ignacio Carlos Maestro Cano, en Protestantismo y pensamiento político. Una revisión histórica, en Revista Internacional de Pensamiento Político – 1 Época – Vol. 11 – 2016 – (265-284)

[22] Atilano Domínguez Basalo, en Spinoza y el surgimiento de la democracia, en Fragmentos de Filosofía (Revista de la Universidad de Sevilla), nº 2, 1992 (87-106) 87-88.

[23] Isaiah Berlin, en La raíces del romanticismo, en (Edición de Henry Hardy, Berlin 1999, traducida por Silvina Martín) 24.

[24] F. Rodríguez Adrados, Democracia antigua y moderna, en Luis A. García Moreno y Gabriel Tortella (eds.) La democracia ayer y hoy, (Gadir Editorial 2008, Madrid) 50

[25] “En el mundo antiguo existieron, como se sabe, varias democracias notables que efectivamente funcionaban, la más destacable fue la de Atenas celebrada por Pericles. Pero no hay constancia de ninguna teoría importante justificativa, o siquiera analítica, de la democracia que haya sobrevivido de aquella época”. C. B. Macpherson. La democracia liberal y su época. (Alianza, Madrid 2009) 24

[26] “Las páginas que siguen parten de dos supuestos. El primero, que no hay una continuidad entre la democracia griega y la moderna, algo que, por lo demás, resulta obvio, si tenemos en cuenta que desde la caída de la democracia en el siglo IV a.C. hasta la reaparición de la idea en el siglo XVIII, el trecho resulta demasiado largo para construir cualquier tipo de continuidad. El segundo, que bajo un mismo concepto lo único en común es una misma palabra, pero que en cada caso se refiere a realidades, no ya solo diferentes, sino incluso no siempre fáciles de relacionar”. Ignacio Sotelo, Porque la democracia sigue, pero también sus riesgos. La Europa moderna ante la democracia griega, en Luis A. García Moreno y Gabriel Tortella (eds). La democracia ayer y hoy, (Gadir Editorial 2008, Madrid) 101

[27] C. B. Macpherson, (o. c. nota 22) 25-26.

[28] Ibídem 28.

[29] Anthony Arblaster, (o. c. nota 4) 45

[30] John Locke, en Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, en Alianza (Madrid 1990) 114.

[31] Daniel Mornet, en Los Orígenes intelectuales de la Revolución Francesa, 1715/1787, en Paidos (Buenos Aires 1969) 19.